miércoles, 8 de junio de 2011

Dejé por una vez el orgullo de lado, lo asumí, estaba enamorada. Miraba su foto y aparecía esa sonrisa en mi cara. Cada vez que oía ese nombre, corto pero bello nombre, venía a mi cabeza su imagen. Cada vez que me cruzaba con él, sentía ese hormigueo en el estómago que te hace saber que sí, que él es especial. Pensé cientos de noches en acercarme a él, pero nunca acabé por decidirme. Pasaban los días, y al verle un suspiro de mi boca salía. Nunca sería capaz de tan si quiera decirle un mísero "hola"... Cuando me acercaba a él lo más mínimo, me hacía pequeña, sentía que yo no era nada en frente de este gran universo. Pasaban días, y el sentimiento creía, mi esperanza se consumía, y mi vida ya no era mía, le pertenecía a él. Hasta que un día de mi boca salió un te quiero, dirigido a la nada. ¿No hace falta hablarle a alguien no? Yo, lo había echo sola...
Escuché una voz, una dulce voz aún más dulce que el susurro del oleaje. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, me giré y le encontré detrás de mí.
- Y yo... -me dijo.




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